Acude a la consulta un paciente con un empeoramiento de su EPOC y me pregunta a ver si ha salido algún medicamento nuevo para su enfermedad. Casualmente el día anterior había estado el visitador médico del laboratorio que fabrica el bromuro de ipratropio inhalado, que en el año en que transcurre esta historia, era una novedad. Entonces le ofrecí la muestra que me habían dejado y tras explicarle cómo debía tomarlo, le mandé volver al acabar el envase para ver qué tal resultado le había dado.
Vuelve le enfermo muy contento, pues me dice que le ha ido muy bien con el nuevo tratamiento.
Ante esto le dije que siguiera el tratamiento y le receté un nuevo envase y le mandé volver de nuevo al acabar.
Pero cuál sería mi sorpresa al ver que viene a los pocos días, disgustado, pues lo que le he recetado no le "hacía" lo mismo. Al reseñarle que lo que le había recetado era exactamente lo mismo que la muestra el paciente me contestó:
"Mire usted: lo que me dió la primera vez era una muestra de propaganda que las hacen buenas para vender al principio, después usted me recetó el medicamento que ya no viene igual que la muestra".
Ni que decir tiene que fue inútil tratar de convencerle que era lo mismo, es más, me pidió que hablara con el laboratorio y les recriminara su falta de ética.
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